Quienes somos
Francisca
Yo soy Francisca y llevo la Boqueria en la sangre, como mínimo desde que mi abuela Sisqueta comenzó a vender casquería en la plaza Sant Galdric a principios de 1900.
Como mi abuela y mi madre, Joaquima, vendo casquería, pero no me limito al producto fresco. Con mi hija, Rosa, nos hemos reinventado y también ofrecemos platos cocinados.
Si me preguntáseis "Si no fueses comerciante de la Boqueria que habrías querido ser?' no tendría ninguna respuesta porque me encanta mi trabajo, el trato con la gente, hacer feliz al cliente. De hecho, a raíz de mi matrimonio, estuve unos años apartada de la Boquería y añoraba muchísimo la vida tras el mostrador. Tanto es así que en 1996 volví. Y desde entonces estoy al pie del cañón, superando obstáculos como las 'vacas locas' y esta larguísima crisis económica.
Soy mujer de mercado, pero el tiempo que no paso en el puesto o pensando como mejorar nuestra oferta y servicio, lo dedico a escuchar música. Me gusta la clásica: Schubert, Schumann, Chopin... soy una romántica. También a estar informada, al dia de lo que pasa, y seguir a grandes periodistas.
Rosa
Yo soy Rosa y la Boquería y la casquería forman parte de mi ADN. Al principio no me gustaba en absoluto, pero ahora es mi vida. Soy lo que soy gracias a la Boqueria.
Hija, nieta y bisnieta de comerciantes de casquería, he dado una nueva vuelta de tuerca al negocio introduciendo platos cocinados. Por eso estudié cocina en la Escuela Hofmann y me encargo de elaborar los platos que cocina mi madre y vendemos en el puesto.
Y lo hacemos desde el respeto a la tradición gastronómica de un producto tan versátil como éste, pero también desde la innovación y el mestizaje, ya que hemos incorporado muchas influencias de las cocinas latinoamericana y africana que nos han traído nuestros clientes, y también lo que hemos visto en los viajes que los comerciantes de la Boqueria hemos hecho a ferias europeas de ciudades tan diversas como Londres, Turín, Milán, Marsella o Budapest.
De esta mezcla de innovación y mestizaje han salido algunas pruebas como los anticuchos, de la cocina peruana. Y ahora mismo estoy dándole vueltas a la cocina japonesa.
De la amplia oferta gastronómica que ofrecemos, mi plato preferido son los callos pero no le digo que no a un buen arroz.
Si no hubiera sido comerciante de la Boquería, me hubiera gustado ser médico o arqueóloga, porque me encanta que las piedras me hablen. Pero no cambiaría la vida tras el mostrador por nada del mundo, porque engancha. Y mucho.
Nuestra historia
Gourmets en Casquería
Nuestro puesto está situado en el mercado de la Boqueria y somos especialistas en las partes internas de la ternera y el cordero, las vísceras, y las externas, consideradas menos nobles como la cabeza, la carrillada i los pies.
La casquería, la Boqueria y mi família han estado unidos desde los tiempos de mi abuela Sisqueta, que fue la primera que vendió casquería en este mercado, pero entonces en la plaza Sant Galdric. Con el tiempo, ella y mi abuelo Bonaventura pudieron comprar un puesto dentro del mercado y se acabaron los cestos. Todo bien colocado en un mostrador de mármol.
A pesar de que no es el caso de la gente procedente de America Llatina i África, entre los catalanes hoy día la casquería no tiene la popularidad que tenía en tiempos de mi abuela. Por eso, y aunque pasaron una guerra, fueron muy buenos tiempos para el negocio. Tanto que en 1944, cuando la Boqueria tenía 58 puestos de casquería –ahora solo tiene cinco- tuvieron que buscar dependientas. Y así apareció en escena Joaquima Salvador, que se casó con Joan Gabaldà, el hijo de la jefa, y se convirtió en mi madre.
A la muerte de la abuela Sisqueta, mis padres se hicieron cargo del negocio, tomaron tres dependientas -una era mi tia Pepita- y yo empecé a trabajar en el puesto porque mi madre siempre decía que hay que aprender desde abajo para poder mandar después. Aprendí a cocinar la casquería, a tener a los clientes contentos y el puesto límpio como los chorros del oro.
Solo el matrimonio me arrancó del puesto -que pasó a manos de mi hermano- y estuve apartada de él hasta 1996, cuando surgió la oportunidad de comprar un puesto de casquería en el mismo mercado. En 1998 murió mi madre y un año más tarde mi hermano quería venderse el puesto. Y, sí, me lo quedé yo, lo amplié y ya lo tenía todo preparado para vender más que nadie cuando estalló la crisis de las 'Vacas locas', una época muy difícil, que pude ir sorteando gracias a mi hija Rosa, que se sumó al negocio familiar.
La llegada de immigrantes latinoamericanos y africanos nos ayudó a salir de aquella crisis y vivir unos años de buen negocio hasta que llegó la otra crisis, la que aún sufrimos y que ha propiciado que mi hija Rosa y yo nos reinventásemos a través de la cocina. Ya no es suficiente con vender producto fresco de calidad, ahora hay que cocinarlo.
Y así lo hemos hecho hasta ahora, con la vitrina del puesto dividida en dos partes, una para el producto fresco y la otra para el cocinado, y la satisfacción que la propuesta nos hizo merecedoras del premio ‘Millor Mercat del Món’ a la iniciativa individual del 2014.